Un imán son para mi estos amaneceres. Tengo que vivirlos y revivirlos. No hay un amanecer igual a otro. El amanecer terrestre va unido a un nuevo amanecer en mi interior. No hay sensaciones iguales, cada día es diferente. Diferente la luz del amanecer solar, diferente la luz de mi amanecer.
Cada día es un nuevo amanecer. Hoy paseo por la playa solitaria, mientras recuerdo el último libro leído; una historia sobre el naufragio de El Sirio. Dicen que ha sido el mayor desastre naval ocurrido en las costas españolas. Y sucedió allí, en los bajos de la Hormiga, ese islote que tengo frente a mi. Era un transatlántico a vapor que hacía la ruta Génova - Buenos Aires con escala en Barcelona. Cuentan que llevaba más personas de las que podía llevar de pasaje. Encalló en los bajos el 4 de Agosto de 1906, cuando La Manga era sólo una manga de arena. Dicen que el capitán y parte de la tripulación fueron los primeros en abandonar el barco. Y que el pánico cundió en el resto. Los pescadores de Cabo de Palos con sus barcas salvaron a muchas personas pero aún así se cree que hubo 400 muertos.
Impresionada por esa lectura imagino estas aguas en calma, cubriendo con su espuma los cuerpos sin vida de los inmigrantes italianos y españoles que iban en pos de mejor suerte. Imagino que en estas sábanas quedaron los sueños y las ilusiones, y que no hubo despertar ni nuevo amanecer para ellos.
Mientras tanto, el sol transforma los rojos en dorados. Es mi último día para contemplar estos amaneceres. Son mágicos, místicos, apenas 10 minutos, a lo sumo un cuarto de hora, creo que si duraran un poco más entraría en éxtasis. Por mucho que intente describir lo que siento no tengo palabras. Bueno sí, me siento BIEN. Muy pronto el sol aparece por encima de la línea del horizonte y me ha dado por imaginar que al otro lado, más allá del horizonte, lejos, lejos, muy lejos, alguien está viendo ponerse el sol y sintiendo lo mismo que yo. Y me embarga la sensación de que hay quién me comprende. Es una sensación cálida y agradable.